viernes, 28 de febrero de 2014

El caballero de Olmedo

A veces surge una obra de teatro perfecta, donde todo funciona como la misma naturaleza – o incluso mejor. Los actores disfrutan y el público con ellos, el texto rebosa vida, la historia ensancha nuestro horizonte mental, la música emociona y todo encaja en una realidad onírica pero nuestra, es como un milagro. El espectador afortunado queda sobrecogido, sin palabras, al final del espectáculo. Como decían los americanos, a veces el cine es “bigger than life”, y esto es más potente cuando pasa en el escenario teatral porque la experiencia es cercana, palpable.

Este milagro ha ocurrido en Madrid con El caballerode Olmedo de Lope de Vega, dirigido por un inmenso Lluís Pasqual, en plena madurez creativa. El montaje parte de la cooperación entre la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Teatre Lliure de Barcelona, en sus versiones jóvenes. Y esta es la piedra angular del éxito: el clásico de Lope renace fuerte y renovado gracias a la combinación de actores frescos y jóvenes, llenos de entusiasmo, a los que se suma la sabiduría de algunas contribuciones estelares, como la del propio director, y Carmen Machi y Rosa María Sardá que van a alternarse en el papel de Fabia, la celestina algo bruja. El público que abarrota el Teatro Pavón, sean estudiantes de bachiller o sus abuelas, ríe, llora, se sorprende y aplaude con pasión al final. Ya no quedan entradas. Si todavía no la han visto, recomiendo un viaje al Teatre Lliure de Barcelona donde disfrutarla del 14 de marzo al 13 de abril.

El montaje acierta al mantener a todos los actores en el escenario (que también son espectadores por tanto), con una música flamenca inolvidable, una percusión en directo que realza el drama, y una iluminación sutil que envuelve la tragedia y la sitúa en el país de los sueños vividos. Pero sobre todo la obra triunfa por el magnífico trabajo de los actores. La constelación elegida funciona perfectamente: Francisco Ortiz hace un Don Rodrigo atormentado y despechado con el que nos identificamos a pesar de su vileza, Pol López se transforma en un Tello adorable, amigo fiel no solo del protagonista sino de todos y cada uno de los espectadores, y, last but not least, la pareja estelar, Javier Beltrán y Mima Riera, han conseguido un Don Alonso y Doña Inés tan auténticos y al mismo tiempo tan actuales que seguro quedarán en la historia del teatro como interpretaciones ejemplares y memorables. Son muy jóvenes pero ya maestros. Tras disfrutar la obra, asalta el deseo de ver perpetuado este trabajo en cine. ¿No merece la pena intentar una gran producción de este clásico sublime después de saborear la exquisitez y la finura de este montaje?