miércoles, 31 de octubre de 2012

La despedida




Tengo que escribir un cuento jocoso sobre las despedidas. Erase un príncipe que se va y no termina de irse porque … bueno, habrá que leer el cuento. Pero hoy, sobre el mismo tema, propongo otro experimento: hacer poesía utilizando el esquema clásico de la lira.

De la admiración a los poemas de San Juan de la Cruz surgió el título de este blog. Su Cántico comienza con esa estrofa inolvidable de 7-11-7-7-11, y rima a-b-a-b-b.

Adonde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido
como el ciervo huiste
habiéndome herido
salí tras ti clamando y eras ido.

Evidentemente, la situación que refleja es también una separación dolorosa, una ausencia, una despedida sin despedida, que se sucede en el Cántico con momentos gozosos y otros de misterio. Hoy recupero esa forma poética para indagar sobre el tema del adiós. Experimento que ha resultado interesante, porque la lira es poesía destilada y los versos cortos obligan a concentrar las ideas en unas cuantas sílabas.

A nuestra puerta llama,
pobre hechicera embellecida,
la mujer que no ama,
la palabra temida,
ha venido hiriente la despedida.

Nunca más, hasta luego,
hasta la vista, adiós, no más penas,
cincelada con fuego,
cubierta con arenas,
despedida convertida en cadenas.

Decirte adiós, mi vida,
es como decirse adiós a uno mismo,
la cordura perdida,
besar un espejismo,
buscar luz en el fondo de un abismo.

Aunque lo ha intentado,
mi mente a olvidar tu risa no acierta,
el partir de tu lado
deja una luz incierta
y el sol cada mañana no despierta.

Y al final tendrá que ser,
estaremos condenados a elegir
no respirar, no querer,
y en los astros escribir
que soñamos juntos antes de morir.

lunes, 29 de octubre de 2012

La fuerza de la poesía en Madrid

Hace unos días tuve la suerte de participar en un acontecimiento único. Decenas y decenas de almas se reunieron en torno a la poesía, para disfrutar del libro colectivo Enésima hoja, publicado por mi amiga Alicia Arés en Cuadernos del Laberinto. Fuera hacía viento o frío o ruido, ya no recuerdo, quizás soledad. Dentro, las mujeres más valientes, autoras del libro, desenredaban sus sentimientos ante los demás. Y lo interesante es que todos disfrutamos de esa puesta en común. Como dicen por las noches de Madrid: frente a la crisis, poesía, ... y algo de eso tiene que haber.

Es difícil destacar entre tantas autoras. Unas cortaban con bisturí las veleidades del amor. Verónica B, en su poema titulado Tragedias cotidianas dice:

Fueron cayendo una a una
implacables
metálicas
estridentes
todas las promesas.

Al vuelo, apareció la poesía innovadora, que pensé ya no existía. Saray Pavón (Ay! Saray) habla de la pasión de forma experimental:

Podría empapelar la ciudad
con estas ganas. Ardo.

Y Sylvia Gallego experimenta con ese momento sublime que todos hemos sentido alguna vez:

Mi silencio
acaricia tu ternura.
Ya
no
estamos.

En el libro aparecen buenos poemas, pero también versos que valen por un libro. Ana Barbadillo Clabburn escribe “A veces el silencio dura cinco largos años”. Aparecen también las reivindicaciones de la mujer, ese deseo de independencia insatisfecho. María Antonia García de León cuenta viajes lejanos (nunca sabremos si imaginados) y se siente “Libre por reencontrarme fuerte en la soledad”.

Pero no solo está lo feminista, también la femineidad. Juana Vázquez, con quien he compartido algunos Diablos Azules, utiliza un lenguaje de ruptura para explicar sus vivencias:

Yo que vivo a saltos
tratando de borrar
las horas de bruma y tedio
a base de cigarrillos SMS o vinos.

Y Esther Bueno Palacios pregunta a cualquier mujer:

¿Eres tú la que está detrás
escondida en los gestos de siempre?

Pero el amor todo lo vence. Estos versos deliciosos de Vanesa Torres detienen el tiempo:

Volveré algún día, seguro,
cerca de tus manos vivas.
Deseando que nada hubiese pasado.
Fue la vida que no se paró entonces,
como hubiésemos querido.

Para terminar cerca de Virginia Cantó, quien demuestra una vez más la fuerza secreta de la poesía.

Ahora estás como recién llovido
y aunque sigas suspirando casi besos
me reposan los músculos del alma
cuando hablamos,
cuando me observas de espaldas
y se derrumba mi pirámide de huesos,
la que rige el tobillo con mi nuca
y tu lengua con mis manos.

El libro sigue reflejando el milagro de la poesía en Madrid y más allá con poetas navegantes de mares de interior. Como hemos dicho en otra ocasión, Madrid derrama poesía. Lo único que se echa en falta en el libro es la contribución personal de la editora, que ha hecho con buena mano la selección: pero ¿por qué no has regalado también tus poesías, Alicia?

sábado, 20 de octubre de 2012

Beso corto y duradero



Copio aquí una poesía que me ha gustado de un autor argentino, que mantiene un blog titulado Panorámica Visión.




Un beso corto y duradero
escondido entre flores y escaleras.
Después de ese beso, nunca más voy a morir
pero, si muero, viviré siempre en ese beso.

Beso lleno de peligro, lazo mínimo sobre el corazón.
Un segundo.
Beso adolescente en el país de la experiencia,
manos hambrientas, labios hirientes, espinas clavadas en la conciencia.
Beso esperanza que no cesa, sueños de viento,
peonía que no es flor sino deseo, otro día atravesado de ilusión.
Un instante. Solo un instante.
Beso suave, puerta a un jardín desconocido,
mirada expectante cargada de infinito,
beso almíbar y salado como scone de crema dorado,
beso con sorpresa interior:
¿de dónde viene esta fuerza?

Un momento inapreciable.
Un beso que no das sino solo recibes, un relámpago de estupor,
en él, los miembros se pierden, el cuerpo vuela,
¿dónde queda el tiempo, mi amor?
Se desvanece.
Beso hiriente y profundo, que, de tierno, llega a dolorido,
beso que no existe ni en la memoria,
secreto nunca compartido.
Beso naciente y terminado
en el segundo que empezaba,
tan perfecto era.
Beso ardiente que quema,
el cerebro palpita,
y el árbol vive de savia nueva.
¿Ya termina?
Nube abierta del cuerpo, boca entregada,
beso ingrávido, corona cierta,
arrullo en silencio, don idílico,
una sonrisa por bandera.
Dulce inconsciencia.

Todo en un segundo,
beso húmedo en la nada,
rio de rocíos,
espacios innombrados, un hogar y un molino,
muérdago, espíritu,
amistad verdadera fundida en una lengua.
Beso tan hermoso, hiere tan dentro
que, al abrir los ojos, desaparece.
¿Has vivido así alguna vez un beso?

martes, 9 de octubre de 2012

La Granja

Este fin de semana hice un viaje a La Granja en Segovia – una visita más extraña de lo que hubiera deseado. A veces uno busca encontrarse con sus pensamientos, y ese jardín dormido en el hechizo parecía el lugar donde la mente puede liberarse. Desde la verja del Palacio, caminos anchos planean sobre paseos románticos entre fuentes de bronce falso y setos mimados.
            Los olores son ácidos y dorados, la vista se reposa sobre las hojas. Vagando  por el parque, una cuestión vio la luz, porque allí iluminó mi espíritu el origen de todos los desvelos: pero, ¿qué buscas en la vida? Frente a tantos reclamos, expuesto a multitud de exigencias, ¿qué es lo que realmente quieres hacer?
            De forma casi natural, apareció una revelación como el sol que se levanta: lo más necesario era amar. Sí, me dije, es preciso un amor rotundo, he de encontrar una persona perfecta que colme estos anhelos.
            Cuando, en la revuelta de una senda, me encuentro solo, la gente ha desaparecido, y una joven vestida de blanco pregunta descarada:
              Buscas a Diana cazadora?
            Sé que la fuente de Diana está al lado, galante sonrío, y digo:
             Claro, no serás tu Diana acaso?
            Ella devuelve el requiebro y responde:
            – Tu debes ser el que persigue la felicidad. Sabes que al final Diana dio muerte al cazador, verdad?
            Inmediatamente mi sonrisa quedó helada porque la visión desapareció.
Un tanto preocupado, confundido por el encuentro, seguí subiendo la ladera para volver a mi reflexión. Los inmensos cedros del Líbano y las gigantescas sequoyas junto al parterre de Andrómeda me detuvieron por un instante.
            Al contemplarlos pensé: ya está!, la lección más importante que ofrece la vida es que todo debe estar en equilibrio, y debemos guardar las raíces en la tierra. Pensé: quién fuera tronco fuerte amarrado a la verdad para mirar inamovible el transcurso del tiempo!.
            Un viejo que cruzaba dijo sin mediar otra palabra:
            – Y a qué verdad te vas a agarrar?
            Miraba irónico como un espectro.
            – Te preguntas qué buscas en la vida y te sigues engañando. Dilo en serio – me conminó.
              La fama – mentí.
              Entonces tienes que seguir subiendo hasta hallar la fuente de Pegaso.
            Aturdido, llegué hasta la fuente y vi la fama en lo alto, ese gran pájaro de cien ojos que todo lo ve y vuela sobre la ignorancia. La fuente está construida como un prodigio de ingeniería que, al funcionar, lanza el agua a cuarenta metros de altura y moja a todos los que la admiran.
            Durante un tiempo rodeé el peñasco, intentando descubrir los secretos que guarda la fama. Me devanaba inquiriendo sobre lo que debo hacer para alcanzarla. Es acaso lo que busco? Y si de verdad era ese el objetivo, qué triste es pasar de largo! Ya está!, cavilé. Esta es la razón del desasosiego! Nunca podré tener el reconocimiento que merezco.
            Un niño rubio de cabeza grande y cabellos rizados tocó mi cintura y me sacó del aturdimiento. El niño miraba con ojos de agua y labios de horizonte. Era sabio por dentro, bello por fuera.
            – Qué es para ti la fama?
            – Nada, respondí.
            – Entonces, sigue subiendo, la respuesta siempre está más allá.
            Sin saber muy bien lo que hacía, porque a esas alturas del paseo me hallaba más perdido que antes, continué la pendiente que asciende la ladera en la mañana otoñal. En ese espacio, el bosque sustituye a los jardines, y el orden se pierde. Durante un momento uno cree que está en medio de la montaña y, por eso, siente que ha vuelto a nacer.
            Al terminar el camino, por fin, se abre una planicie donde se ve el cielo, y donde duerme el lago que llaman el mar. Al fondo hay una caverna, como si los riachuelos que alimentan el lago salieran de un lugar misterioso, cuando en realidad bajan fieles el valle, como cualquier otro riachuelo en cualquier otro valle del mundo.
            El lago baña una casa amarilla que parece construida solo para hacer más armonioso el paisaje. Alrededor del estanque se levantan pilastras cuadradas de sólido granito, guías firmes que sustentan un filo de madera, el cual, como el destino, se pierde de la vista humana.
            No sé por qué, al contemplar ese mar, comprendí el sentido de mi vida. El lago va llenándose de agua de lluvia y de arrastre, lentamente, respetando las estaciones, para luego alimentar el parque y las fuentes. En días señalados, el agua del lago se abre, y riega, alimenta, enriquece, embellece, nutre y limpia todo lo que encuentra a su paso. Después, el mar pierde su nombre y espera paciente nueva agua para poder cumplir su función.
            Como ese lago es mi vida, aunque no puedo explicar por qué.